A estas alturas, ninguno de esos partidos ha estado exento de acusaciones (muchas de ellas probadas) de corrupción, nepotismo, tráfico de influencias, vínculos con el narcotráfico, lavado de dinero, entre otras cosas que actualmente tienen en la cárcel a varios de sus ex gobernadores y a un sinnúmero de funcionarios de cualquier nivel en todo el país
Por Arturo Soto Munguia
Reagrupamientos internos, cuando no verdaderas guerras fratricidas en los partidos políticos nacionales hacen prever que la elección presidencial 2018 será sumamente atípica y de resultados impredecibles. Tan impredecibles y sorpresivos, que hasta el PRI podría volver a ganar.
Estamos a 300 días del 1 de julio de 2018, día de la cita con las urnas y en los principales partidos políticos se están desarrollando luchas internas al calor, más que del debate sobre coincidencias o discrepancias ideológicas, políticas o programáticas, por la certeza de que ese escenario en el que cualquiera puede ganar representa la posibilidad de que la derecha panista recupere la presidencia, la izquierda la conquiste por primera vez o el PRI, que hace malabares entre lo revolucionario y lo institucional, se mantenga.
Aludimos a las dos más grandes expresiones organizativas de la izquierda electoral mexicana, el PRD y Morena, que nacieron como uno solo al inaugurarse la década de los 90, después del poderoso Frente Democrático Nacional que estuvo a punto de derrotar, llevando como candidato a Cuauhtémoc Cárdenas, a Carlos Salinas de Gortari en 1988, a quienes muchos recuerdan como el producto del primer gran fraude electoral de la era moderna.
Ese frente congregó a varios partidos y organizaciones de izquierda, que posteriormente derivaron en el Partido de la Revolución Democrática, que a partir de esos años y hasta ahora, conquistó importantes espacios de poder en municipios, estados y sobre todo en el Distrito Federal, donde gobierna desde hace 20 años.
En ese periodo, el PAN conquistó dos veces la presidencia de la República (en 2000 y 2006).
Pero como se ha mencionado, la alternancia en México, más que servir como una ruta para democratizar la vida pública y fortalecer las instituciones, ha servido para homogeneizar las malas prácticas en el resto de los partidos: la corrupción, el autoritarismo y la democracia; el caudillismo y la despiadada lucha por el poder, que antes solían atribuírsele sólo al PRI.
A estas alturas, ninguno de esos partidos ha estado exento de acusaciones (muchas de ellas probadas) de corrupción, nepotismo, tráfico de influencias, vínculos con el narcotráfico, lavado de dinero, entre otras cosas que actualmente tienen en la cárcel a varios de sus ex gobernadores y a un sinnúmero de funcionarios de cualquier nivel en todo el país.
Aquella izquierda de principios de los 90 hoy se ha partido. El PRD no pudo desoír el canto de las sirenas y a lo largo de los años generó una casta dorada de dirigentes y funcionarios de súbitas fortunas que hegemonizaron la dirección del partido, monopolizaron el reparto de cuotas para los cuates, las candidaturas y los puestos de gobierno.
Aunque la corriente conocida como Los Chuchos ha dicho siempre que en la dirección nacional están representadas todas las demás corrientes, la prueba de que no lograron mantener la unidad es la reciente ruptura y migración de muchos de sus principales dirigentes, diputados y senadores.
Eso no es nuevo. Comenzó en septiembre de 2012, cuando Andrés Manuel López Obrador anunció públicamente en el Zócalo de la Ciudad de México, su renuncia al PRD. En ese acto estuvo acompañado por su esposa Beatriz Gutiérrez, los senadores Armando Ríos Piter, Alejandro Encinas, Manuel Bartlett y Ana Gabriela Guevara. También Bernardo Bátiz, Ricardo Monreal, Joel Ortega, Epigmenio Ibarra, entre otros.
“No se trata de una ruptura, me despido en los mejores términos y estamos dispuestos a avanzar junto con el PRD; MC y PT para actuar como una sola organización”, dijo en aquella ocasión, cuando también anunció la posible conformación de su Asociación Civil Morena, en partido político.
Hoy eso ha quedado atrás. Andrés Manuel ha dicho que esos partidos son títeres de la mafia en el poder y punto, se acabó.
Pero Morena no ha salido ileso de este reacomodo. La reciente elección de su candidata al gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum abrió una fisura importante en la que juega un papel protagónico Ricardo Monreal, también aspirante a ese cargo y quien ya ha anunciado la posibilidad de participar desde otro partido político como candidato a la jefatura de gobierno. Para ello, dice haber recibido invitaciones del PT y de Movimiento Ciudadano.
Apenas ayer, circuló un boletín de prensa enviado por la Corriente Crítica del PRI donde llaman a integrar un frente amplio para disputar el gobierno de la Ciudad de México, que lleve como candidato a Monreal.
Al tabasqueño se le ha abollado mucho la aureola de santo últimamente. La inclusión en Morena de personajes de dudosísima honorabilidad le ha restado créditos en su ya larga carrera por la presidencia. Si en Hermosillo apareció al lado de Lino Korrodi, el recolector de fondos para la campaña de Fox, su más reciente adquisición ha sido la de René Bejarano y su esposa Dolores Padierna, lo cual sin duda le abrirá un nuevo frente de críticas.
Pero no solamente la izquierda está pasando por malos momentos. En el PAN las convulsiones internas están a la orden del día y ya hay varias personalidades de ese partido que están exigiendo la renuncia de su dirigente nacional, Ricardo Anaya.
Y no se trata de gente menor. Una de ellas es Margarita Zavala, la esposa del ex presidente Felipe Calderón y aspirante a la candidatura del PAN a la presidencia. También los senadores Ernesto Cordero, Roberto Gil Zuarth, Jorge Luis Lavalle, Javier Lozano y Salvador Vega, todos ellos, ciertamente, identificados con el calderonismo.
El telón de fondo en este enfrentamiento parece ser el reciente nombramiento de Ernesto Cordero como presidente del Senado y la eventual aprobación del ‘pase automático’ para nombrar al titular de la PGR, Raúl Cervantes como Fiscal Anticorrupción en el país, aunque es necesario citar que, como coordinador de los diputados panistas en la legislatura federal pasada, el propio Ricardo Anaya y sus afines, votaron a favor de ese ‘pase automático’.
Pero además de eso, lo que existe es un gran desconcierto y no poca inconformidad entre los panistas no afines a Anaya, por la forma en que éste ha utilizado las prerrogativas del partido para promover su precandidatura presidencial. Y por si fuera poco, las acusaciones de enriquecimiento inexplicable que tienen hoy a Ricardo Anaya entre la espada de la oposición a ultranza y la pared de la concertacesión.
Un párrafo de la carta enviada ayer por los senadores mencionados, no deja lugar a dudas: “Lo que sucedió en la sesión de instalación (de la mesa directiva del senado) es el reflejo crudo de la división que vive Acción Nacional. El problema central de nuestra convivencia es la dualidad, dirigente y candidato, de Ricardo Anaya. En su intento por capturar y apropiarse de todo, desde los promocionales de radio y televisión hasta las candidaturas, de los presupuestos y las presidencias de las cámaras legislativas, ha llevado al partido a una tensión insostenible. Vivimos la mayor crisis interna en la historia reciente del partido. Y sólo hay un responsable: Ricardo Anaya. Por eso exigimos que se separe inmediatamente del partido, antes de que sea demasiado tarde”.
Sobra decir que esa crisis en las alturas ha permeado a los estados, y Sonora no es la excepción, pues ya comienzan a hacerse cada vez más notorias las diferencias entre los afines y los no afines a Anaya.
¿Y quién es, separatista lectora, balcanizador lector, el principal beneficiado de la fragmentación de la oposición? Adivinó: el PRI.
Con su largo y retorcido colmillo, el tricolor acaba de pasar por su XXII Asamblea Nacional y su histórica eliminación de los ‘candados’ para permitir que su candidato presidencial no necesariamente sea priista. Y aunque hubo oposición a esta reforma estatutaria, finalmente se aceptó sin mayores aspavientos.
Falta, desde luego, trecho por recorrer hasta llegar al día del ‘destape’. Quizá hasta entonces se sepa si el PRI se va, como históricamente lo ha hecho, a la ‘cargada’, o se presenta una nueva fractura.
Hay que recordar, para cerrar el círculo con los primeros párrafos de esta columna, que fue precisamente un cisma en el PRI, en 1987, lo que puso a ese partido ante la primera derrota electoral en elecciones presidenciales del año siguiente. La renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara, Roberto Robles Garnica, entre otros, metieron al PRI en la ruta crítica que derivaría doce años después en su salida de Los Pinos, aunque no para cederle el paso a la izquierda, sino a la derecha panista encabezada por Vicente Fox.
En fin, agarren sus mejores localidades y vayan por palomitas, porque lo que sigue se va a poner mejor.
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