Por Roberto Elenes
MEXICALI.-No está alejado de la realidad el prestigiado historiador norteamericano John Womack, cuando asegura que con AMLO ganó la izquierda del PRI y no la izquierda histórica, seguramente en alusión al Partido Comunista Mexicano.
A la luz de la elección presidencial de 1988, la Corriente Democrática al interior del PRI, empieza a criticar los dislates de la economía neoliberal implantada por el presidente Miguel de la Madrid, a desaprobar su gobierno por la pérdida de soberanía y a promover una democratización interna con miras a la designación del futuro candidato a la presidencia de la República.
Para luego es tarde, la Corriente Democrática de la crítica pasa a la disidencia y de aquí a la calle para configurar el Frente Democrático Nacional, una coalición de fuerzas políticas de izquierda y centro-izquierda compuesta de varios partidos pequeños, proclamando como su candidato a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano para la presidencia de la república, quien al lado de Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y, entre otros, el tabasqueño Enrique González Pedrero, habían abandonado al PRI, o el PRI los había expulsado por intercesión de una efebocracia política, destinada a ser dominante, a punto de adueñarse del país.
En tanto, ese 30 de julio de 1988, el periódico “Tabasco hoy”, metiéndole leña al fuego, daba a conocer a los lugareños que el joven Andrés Manuel López Obrador, ex líder del Comité Directivo Estatal del PRI, organizaba una desbandada de correligionarios para adherirse al Frente y a la candidatura de Cárdenas Solórzano a la presidencia.
Sin un Frente por delante, de la Madrid, libremente, pudo designar a Carlos Salinas de Gortari como candidato a la presidencia del país; Salinas, el 1 de diciembre de 1988, mediante fraude electoral, operado por Manuel Bartlett Díaz desde Gobernación, tomaría por asalto la silla presidencial. Sabedor de que los tres poderosos sectores (campesino, obrero y popular) en los que estaba cimentado el PRI, siempre habían operado como una fuente de equilibrio político e ideológico, Salinas procede a desmantelarlos metiendo a la cárcel al líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, un opositor que aparecía como imbatible fuera y dentro del Revolucionario Institucional.
No obstante, desde el otro lado de la oposición, Manuel Clouthier, alias el Maquío, candidato a la presidencia por el PAN, contundente, desconocía el triunfo del priísta. Sobre el Maquío existe la grave sospecha de que le dieron piso a través de un accidente carretero sucedido el 1 de octubre del 89: una piedra menos en el zapato. A José Ángel Conchello, fiero opositor a la política de cooperación del PAN con el gobierno de Carlos Salinas, unos añitos después le darían a probar la misma medicina que le administraron a Clouthier yendo de Culiacán a Mazatlán por carretera.
Meses antes del presunto asesinato del Maquío, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Porfirio Muñoz Ledo, habían fundado el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Ese año del 89, con el reconocimiento de Carlos Salinas al triunfo de Ernesto Ruffo en busca de la gubernatura de Baja California, y por el lado del PAN, con la legitimación del fraude electoral cometido por el PRI salinista y la quema de boletas de esa elección presidencial, auspiciada por Diego Fernández de Cevallos con la anuencia del propio Luis H. Álvarez, se inicia la etapa de concertacesiones entre el Revolucionario Institucional y Acción Nacional. La segunda concertacesión de importancia fue la llegada de Carlos Medina Plascencia a la gubernatura de Guanajuato, en 1991. Desde allí, desde esos dos estados donde ha cohabitado un panismo histórico, fue plantada la semilla de un maridaje político cuyo mayor fruto es actualmente identificado como Prianismo, del que Baja California y Guanajuato son insignia.
El nombre del ex presidente de la república Ernesto Zedillo en la carrera política del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es la piedra de toque que lo catapulta para su llegada a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México el año 2000.
Los nexos políticos entre Zedillo y Andrés Manuel se remontan a 1994, año en que éste pierde por segunda ocasión las elecciones para la gubernatura de su natal Tabasco mediante un fraude electoral perpetrado por Roberto Madrazo Pintado, un político jabonoso, resbaladizo, difícil de pescar. Ante la tremenda presión ejercida por el PRD con su plantón en la Plaza de Armas de Villahermosa, la Caravana por la Democracia, organizada por AMLO hacia la Ciudad de México y la toma de pozos petroleros, Zedillo trata de negociar la salida de Madrazo a través Esteban Moctezuma, su Secretario de Gobernación, quien se ve forzado a abandonar el cargo, cuando Madrazo Pintado amenaza a Zedillo con desconocer el pacto federal.
Si en esa ocasión el presidente Ernesto Zedillo no pudo favorecer a López Obrador, 5 años más tarde intervendría ante José Woldenberg, presidente del IFE, para que le otorgase a su protegido credencial de elector con residencia por 5 años para que el tabasqueño alcanzase la jefatura de gobierno de la actual CDMX. No es extraño ver ahora que destacados zedillistas aparezcan en puestos clave dentro del futuro gobierno de AMLO.
En buena medida Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto en esta pasada contienda electoral de 2018, se la jugaron con López Obrador y por si las dudas también le dieron juego a Pepe Meade. Carlos Salinas y Diego Fernández apostaron todas las fichas por su enfant terrible (niño terrible) Ricardo Anaya, encargado de reventar al PAN de una vez por todas.
El shock electoral que el PRIMOR les asienta al PRI y al PAN el pasado 1 de julio, es de tal magnitud que su alto voltaje los deja desprovistos de su espíritu original, los despoja de la mística que los fortaleció desde su creación. No sé ¡qué diablos van hacer de aquí en adelante!
Si, a nivel nacional, durante el peñanietismo partidos como el PRD y el PAN fungieron como partidos bisagra para consolidar una agenda política de un gobierno del PRI empecinado en saquear y rematar al país a través de una venta de garaje; en estados como Baja California y Guanajuato, entidades bajo total control del PAN desde hace veintitantos años, este fenómeno del Prianismo se presenta a la inversa, el PRI bajacaliforniano y el guanajuatense son los que han jugado durante este tiempo el rol de partido satélite de Acción Nacional en aquellos lugares, dando cauce a la realización de negocios multimillonarios a costa de lo que sea, al tiempo que han puesto en subasta los recursos naturales de dichas entidades.
Así, pues, en estados como Guanajuato y Baja California, sí se puede hablar de un PAN-PRIeto (el de los blancos de alma y el de los negros de corazón), hoy descorazonados y desprovistos de alma; en cuanto al resto del territorio nacional, vemos agonizar a un Prianismo totalmente descabezado que se mira, mudo, inconexo con la realidad, como suspendido en el éter, no se sabe si yendo camino a la desaparición o incluso a la fusión de ambas instituciones para aparecer mañana como los amiguitos de siempre, pero con otro nombre.